¿ESTÁS ESTRESADO/A Ó "TE AHOGAS EN UN VASO DE AGUA" ?

Hablamos mucho del estrés y de si estamos estresados/as. Y ¿Qué es el estrés? Podríamos decir que es una respuesta del cuerpo. Una reacción que implica cierta "activación" y tensión ante un desafío o una demanda. En su justa medida, tener estrés es "bueno" en el sentido de que nuestro cuerpo es capaz de ponerse en alerta para dar una respuesta. El problema es cuando se pone en alerta ante algo para lo que no sería necesario o  lo hace con demasiada frecuencia o intensidad. Entonces estaríamos hablando de distrés, la cara "negativa" del estrés. 

¿Y cómo se nos cuela ese distrés? Son diferentes factores los que  pueden "dispararlo".  Unos nos pueden llegar "de fuera" y otros "de dentro". Y luego cada persona va construyendo su propio modelo de afrontamiento del estrés. Influyen muchos aspectos: el temperamento, los modelos "heredados" de nuestra familia de origen, nuestras creencias, las circunstancias que nos toquen vivir, el enfoque social, nuestra autoestima, nuestra capacidad para autoconocernos y "conectar" con factores antiestrés... 

Si bien las reflexiones que voy a compartir son extensibles a cualquier ámbito, me centraré en ejemplos relacionados con la crianza. Últimamente a nivel personal, social y laboral son muchos los casos en los que me encuentro con madres/padres que "combaten" para que ese necesario estrés "bueno" no llegue al "distrés", con mayor o menor éxito. 

Más allá de la pandemia de la que hablaremos al final, vivimos  desde hace tiempo en un mundo que potencia el estar en “alerta” y  afecta a la crianza. Algunos elementos relacionados con esto: 



  • El modelo de vida "fastlife"Vivimos pendientes del reloj queriendo aprovechar el tiempo al máximo y no queremos perdernos nada de lo que puede ocurrir o pasar.
  • La hiperestimulación de objetos, actividades, experiencias... Y dentro de ella, las pantallas, que nos permiten acceder a todo tipo de información y estar en todas partes a todas horas. Siempre en alerta a través de las redes sociales, las noticias, las notificaciones, los eventos...  
  • La tendencia a un modelo educativo que gira hacia la sobreprotección, en el que tenemos que estar todo el rato alerta para dar protección. La sobreprotección genera cierta falsa seguridad en nuestros/as hijos/as que luego no adquieren autonomía, responsabilización y se sienten inseguros/as y sin habilidades de vida. 
  • La cultura "yo-ya" En la que lo quiero todo para mí y lo quiero ya. Claramente muy presente en nuestros niños, niñas y adolescentes y también en las personas adultas. Y el individualismo y la falta de tolerancia a la frustración aumentan el estrés. 
  • La creencia de la necesidad de alcanzar la "perfección". La perfección en el cuerpo, en el trabajo, en la crianza ... Esto supone un estrés importante, además de un estado emocional recurrente cercano a la culpa continua. 
  • La búsqueda de la ansiada "felicidad" mal entendida como el consumo rápido y constante de sustancias, experiencias, relaciones... y que lleva a la insatisfacción vital realmente. 
Todo esto nos lleva, entre otras cosas, a tener el cuerpo con niveles altos de cortisol (la hormona del estrés) El cortisol nos “inflama” y nos lleva a tener un fondo de emociones desagradables (miedo, culpa, rabia, rechazo, tristeza…) que no sabemos cómo gestionar, a desbordarnos emocionalmente, a no conectar tanto con las emociones agradables (alegría, calma, curiosidad, seguridad...), a sentir insatisfacción vital  y a somatizar con algunos malestares físicos o emocionales ... Y no sólo nos pasa a las personas adultas, sino también a los niños, niñas y adolescentes. Con un añadido importante en el caso de los y las menores de edad: el exceso de cortisol afecta a la capacidad de aprendizaje. 

Sabiendo que vivimos en este enfoque social, ¿qué podemos hacer para crear un modelo de afrontamiento del estrés que nos ayude a tener una vida y una crianza más tranquila? 

Psiquiatras, psicólogas  y personas expertas en neurociencias nos plantean algunas ideas interesantes: 

1- Identificar qué nos crea más estrés.

Si sabemos qué situaciones, cosas, relaciones con algunas personas, experiencias, tareas, creencias …  nos pueden poner en modo “alerta”, podremos tratar de eliminarlas, disminuirlas o prepararnos para que no nos afecten tan negativamente.  

Por ejemplo, si las mañanas en casa son un momento de estrés teniendo que preparar cosas para marchar y llegar a la hora, podremos anticiparnos y ver cómo y qué hacer para que no nos alteremos tanto.

Tener la sensación de estar siempre con tareas pendientes es una pequeña “losa” que nos deja sin aire también.  Por ello, es importante ir organizando bien el día. Esto supone priorizar tareas, delegar algunas, compartir otras o renunciar a varias.  Es verdad que hay cuestiones de logística que sí o sí hay que hacer (para poder comer,  tener ropa limpia…) Pero éstas no pueden “comerse” el tiempo para los momentos de vinculación sana y de disfrute con la familia o el propio autocuidado.

Cabe preguntarse siempre: "¿Qué puedo priorizar, qué puedo delegar, qué puedo dejar para cuando sea, qué puedo eliminar de la lista de tareas pendientes?"




Olvidarnos del enfoque “multitarea” también es necesario ya que nos lleva a la ineficacia y a la insatisfacción realmente. Será más interesante tener otro prisma: primero, “cogemos un conejo” y después otro. Si queremos “coger muchos conejos” al mismo tiempo, se nos escaparán todos.

Desde hace unas semanas, he colocado en la nevera una hojita con los días de la semana y una casilla libre por día. En esa casilla, escribo una tarea del hogar o de otro tipo un poco más extraordinaria y que tenga cierta importancia y/o urgencia. Sólo una. Y el objetivo es escribir sólo una y cumplirla. De momento, vamos bien. A ver si logro que dure. 

El estrés a veces llega derivado de algunas creencias que no nos dejan estar tranquilas y no nos permiten tomarnos la vida de una manera más pausada. Creer que tenemos que ser mujeres y madres perfectas nos pone en un disparadero hacia el estrés. Creer que no está bien si descansamos o nos cuidamos a nosotras mismas, lo mismo.  Creer que nuestros hijos son totalmente moldeables y que todo en ellas depende de lo bien que lo hagamos con nuestros criterios es engañoso también. Una lectura interesante es:  21-creencias-que-nos-amargan-la-vida_DANIEL-GABARRO.pdf (boiraeditorial.com)

Además, hay que saber que a cada persona de la familia nos pueden “alterar” cosas diferentes y será necesario comprendernos y ayudarnos con ello. A mi pareja le pueden estresar los preparativos de un viaje, a mí las comidas familiares con la familia extensa, a mi hija los exámenes…Saberlo nos ayudará a comprender, empatizar y cuidarnos mutuamente. 

Por otra parte, hay una realidad que a veces no podemos cambiar o por lo menos no lo podemos hacer sólos/as. Hay circunstancias que la vida nos pone a nivel personal, económico, familiar, social ...que nos traen muchos factores de estrés y en esos casos, es complicado poder reducir su "impacto", si no es con la ayuda de otras personas, entidades o administraciones... y ¡ojalá! ciertos cambios estructurales.  En estos casos, reducir las fuentes de estrés, capacitarnos como personas y promover factores antiestrés es una labor conjunta. 

2- Conocer cómo reaccionamos ante el estrés (a nivel emocional y corporal)

De esta forma, podré darme cuenta en un momento dado  que estoy en distrés,  entender algunas reacciones propias y “avisarme” de que hay que hacer algo para bajar ritmo.

La psiquiatra Marian Rojas que aborda los aspectos del estrés, nos recuerda que cada persona tiene un temperamento o estilo de reaccionar de manera diferente. Por ejemplo: 

  • un estilo tímido se puede bloquear y verse "invadido" de miedo 
  • un estilo impulsivo reacciona con agresividad con mucha emoción de rabia. 
  • un estilo sensible responde con vulnerabilidad e inestabilidad en las emociones y posible tristeza incluso.
  • un estilo obsesivo entra en “bucle” y puede entrar en emoción de rechazo o de culpa…

Además, cada persona “somatiza” el estrés de una forma determinada. Puede ser con dolores de cabeza o espalda, tics, visión borrosa, insomnio, problemas digestivos, agitación motriz …

De esta forma, podré conocerme mejor y podré conocer mejor a mi gente. Entenderé mejor que mi hijo, de estilo impulsivo, tire el cuaderno por los aires cuando está muy agobiado porque no le salen bien los deberes y le empiece a doler la cabeza. Ante su rabia, podré ayudarle facilitándole calma y relajación. Y, desde ahí, podré ayudarle a aprender mecanismos para afrontar el estrés de otra forma. 



3- Conocer y practicar elementos antiestrés.

Cada persona tiene sus propias fuentes antiestrés. En general, se sabe que hay algunas que siempre funcionan bien:  

Sueño

Cuando dormimos, el cortisol, la hormona del estrés baja y el cerebro se “desestresa”. Tener unos buenos hábitos de sueño es fundamental. Y eso incluye no usar pantallas antes de la hora de dormir ya que la secreción de la melatonina se puede inhibir.

AlimentaciónHábitos saludables ayudan a estar más calmada. Y en este caso, por  ejemplo, el azúcar y algunos aditivos de comidas ultraprocesadas pueden no ayudar.

Ejercicio físico.  El deporte ayuda a segregar hormonas de bienestar. Siempre que se haga en su justa medida porque sino, nos pasaríamos al otro lado. Tampoco hace falta hacer "retos extraordinarios" en este sentido, pero sí dedicar ratos concretos.

La naturaleza nos reconecta emocionalmente, nos engancha a  emociones agradables y estimula el sistema nervioso parasimpático (relacionado con la calma)

La red afectiva. Quedar a tomar un café, a charlar, a pasear, a hacer alguna actividad placentera con personas a las que estimamos y queremos es una fuente antiestrés. Contar con personas que nos ayuden en la logística del día a día recogiendo a nuestras hijas del cole, en una mudanza o en un acompañamiento al hospital... Tener a personas con las que compartamos momentos de ocio y diversión con complicidad... Personas que nos escuchen cuando necesitamos hablar y nos hagan sostén emocional...  Personas profesionales incluso que nos acompañen para "salir adelante"... ¡Ojo! con esas personas que no saben escuchar o con las que podemos situarnos en relaciones que nos ponen en modo "alerta". Necesitamos personas que “nutran” (al mismo tiempo que podemos “nutrir” nosotras) Nuestra red afectiva puede estar formada por la familia, las amistadas, personas cercanas... 

La red afectiva, para que sea "nutridora" tiene que cumplir una serie de características. La psicóloga Pepa Horno habla de aspectos como: las relaciones han de ser claras (hemos de saber qué podemos esperar de las personas, para qué podemos contar con ellas y al revés), hemos de poder compartir intereses, valores, historias comunes para generar esa corriente afectiva de cercaníaha de proporcionar recursos emocionales de ayuda  y cuidado mutuo de forma recíproca (me nutre y nutro) y cada persona de la red puede ser ella misma, auténtica  sin miedo al "qué dirán" o si me "aceptarán o no"

Revisar creencias Como decíamos arriba, ciertas creencias nos pueden amargar la vida. Necesitamos revisarlas. Algunas pueden venir heredadas de nuestra familia de origen (por ejemplo, la creencia de que "lo que pasa en cada familia se queda en la familia y no hay que pedir apoyos fuera") Hay otras creencias que vienen dadas por el modelo social ( "los hijos son lo primero y no puedo pensar en mí y mi necesidad de cuidado porque sería una egoísta") Otras creencias vienen dadas por experiencias personales  negativas y  mecanismos de defensa que activamos en su día ("mejor no confiar en nadie porque te pueden hacer daño") Por ello, a veces será necesario hacer una elaboración de nuestra historia de vida y las posibles “heridas” que podamos arrastrar, tomar conciencia de cómo nos influyen modelos educativos heredados o sociales... Y, desde ahí, crear creencias enganchadas a la ilusión de vivir, al positivismo, a las potencialidades ... 

Automensajes positivos. Relacionado con lo anterior, no es lo mismo decirse cosas positivas y de ánimo en momentos de fragilidad o inestabilidad, que cosas negativas. Recurrir a “voces interiores" que nos animen como “Venga, sigue”, “Ahora toca descanso”“Ser una buena madre también es cuidarse”... es antiestresante. 

Desconexión- conexión. Desconexión de tareas en general y desconexión digital: sin móvil, sin ordenador, sin tablet... ¿Podemos? Una buena forma de desconexión es fomentar otro "tipo de conexión" en la que pongamos en marcha la actividad del sistema nervioso parasimpático con meditaciones, respiraciones, yoga, pilates, mindfulness…  Un pequeño gesto que nos puede hacer conscientes de la necesidad de cuidarnos es practicar una respiración profunda cada vez que nos paramos en un semáforo o pasemos cerca de un árbol.  Apagar el teléfono móvil durante 15 minutos, por ejemplo. O una ducha caliente. Cada persona sabe qué le proporciona descanso y cuidado. Pequeños gestos …

Gestión emocional sana. Mar Romera, profesora y especialista en educación emocional, nos avisa de que no hay emociones positivas o negativas. Sólo emociones más agradables o desagradables, oportunas o inoportunas, adaptativas o no para una situación o con un volumen adecuado o excesivo para un momento dado.  Sobre la gestión emocional, es necesario hacer un trabajo para ir tomando conciencia de nuestras emociones e ir colocándonos en aquellas que mejor nos ayuden en cada situación de la vida y la  crianza. Una rabia excesiva, un miedo que lleva al pánico o una tristeza que nos deja desconectadas del todo no ayudarán, en general, a la crianza. Tampoco “obligarnos” a estar todo el día contentas o sentir que somos un desastre si a veces nos sentimos inseguras. Dentro de la gestión emocional, aprender y practicar cómo hacer una asertividad emocional es importante, así como todo lo que la comunicación no violenta nos puede aportar. 

Recordar lo importante. A veces, confundimos nuestra meta final con los medios para llegar a ella o anteponemos los medios a la meta. Desde el modelo de Inteligencia Emocional VEC de Roberto Aguado nos lo recuerdan. Nuestra meta es tener un vínculo sano con nuestros hijos para que crezcan seguros y ganen autonomía y bienestar, por ejemplo. Y para conseguir esto establecemos algunos hábitos de orden o normas, por ejemplo. Está muy bien insistir en que tengan esos hábitos y cumplan unas normas pero si para lograrlo entramos en un clima de rigidez, autoritarismo, enfado, estrés y discusiones mal gestionadas no estaremos “alimentando” el vínculo y la seguridad de una forma tan clara.  De esta forma, los hábitos son importantes siempre que los gestionamos desde una perspectiva emocional que nos posibilite fortalecer el vínculo.  Por ejemplo, si al llegar a la habitación de mi hija veo que todo está desordenado, podré trabajarlo desde la disciplina positiva y una buena gestión emocional, mostrándome afectuosa en cualquier caso.   

Vida “lenta” ¿Cómo? Hay que tomar conciencia de cómo hacerlo. Dejar atrás las prisas, el deseo de hacer de todo a todas horas, poder “perdernos” algo de fuera, dejar el hiperperfeccionismo y bajar la cantidad de estímulos externos. Algo muy interesante es aprender a aceptar que hay cosas que no pueden ser, que hemos de perder, a lo que no vamos a poder llegar...Y sí podremos ir "a por otras" con un valor de esfuerzo y voluntad. Crecer significa ganar algo y perder otra cosa. A veces la ambivalencia de no querer perder, nos coloca en un bloqueo estresante en el que tampoco ganamos cosas sanas y positivas. 



Por resumir, podríamos hacer una lista de las 10 cosas, relaciones, situaciones, experiencias ….que nos generan mayor bienestar (pueden ser un poco “tontas”)Ahí descubriremos  qué nos desestresa y podremos practicarlo. 

Es verdad que el modelo social laboral, cultural y social no nos permite escapar tanto del estrés o lo alimenta. La conciliación laboral y familiar aún está lejos, "luchar"contra el cortoplacismo de las pantallas, las redes sociales, las sustancias... es complicado. Reivindicar otro modelo de crianza que genere mayor autonomía y elementos de seguridad emocional aún cuesta...Y siendo así, todos y todas podemos hacer cambios en nuestro hogar y nuestra vida. 

Si nos colocamos en una escala del 0 al 10  (0 el mínimo) respecto al nivel de estrés en nuestra vida, ¿en qué posición estaríamos? Imaginemos que hemos bajado un punto en esa escala ¿Qué será diferente? ¿En qué se notará? ¿Qué dirán nuestros hijos e hijas que es diferente? ¿Qué dirá nuestra pareja? ¿Qué habremos hecho diferente? ¿Qué habremos puesto de nuestra parte para ello? 

Echando un vistazo a esas ocasiones en que logramos tener menos estrés, ¿qué es lo que era diferente? ¿qué hicimos hecho distinto? ¿qué podemos repetir de ello?  Con estas preguntas y sus respuestas podemos ir poniendo en marcha nuestro plan antiestrés. 

Es el momento de cuidarnos y ver cómo gestionar el estrés de otra forma. Sobre todo ahora que la pandemia nos ha puesto en estado de alarma. Es verdad que gracias a ella hemos podido "reconocer" algunos elementos antiestrés que teníamos un poco olvidados: la vida lenta, el tomar conciencia de lo importante, el pasar más tiempo con la  red afectiva, revisar algunas creencias de vida, el "resurgir" de esa solidaridad compartida, el reconocimiento a muchas personas... Y, siendo así, el "peaje" de estrés ha sido muy fuerte. 

Una experiencia como la pandemia nos ha traído emociones desagradables que ha sido necesario gestionar como se ha podido. Muchas y en muchas ocasiones las hemos "anestesiado" haciendo pequeñas disociaciones. Han acabado saliendo, están saliendo y seguirán haciéndolo. Hemos vivido la tristeza por los duelos ante la pérdida de personas, de salud, de trabajos, de costumbres... De la misma forma, la ruptura de muchos procesos y proyectos nos ha podido colocar en rabia ante la sensación de injusticia. Y , por supuesto, la incertidumbre a qué ocurrirá y si saldremos de ésta,  nos ha colocado en miedo. El miedo se contagia, se retroalimenta, puede paralizar, no nos permite pensar con claridad y nos deja una sensación de indefensión.  



Desde que decidimos dejar de ser nómadas para asentarnos en ciertos lugares, dejar de cazar para tener ganadería,  dejar de recolectar para sembrar y asegurar cierta cosecha..., las personas hemos buscado ganar certidumbre en la vida. Incluso ahora ya hemos conseguido decidir de qué color queremos tener el pelo o cuándo y cómo queremos reproducirnos.  Y la pandemia nos ha devuelto la realidad de la incertidumbre y la toma de conciencia de que no podemos controlar todo y somos limitados/as. 

Además, factores antiestrés como la naturaleza, el deporte, el contacto presencial con personas, las creencias optimistas han estado limitadas. En muchos casos, hemos tratado de sustituirlos con más o menos éxito y esto ha tenido una doble cara a veces. Por ejemplo, las pantallas nos han posibilitado la conexión con muchas personas y el acceso a información, actividades y disfrute. También  nos han generado un "falso refugio", más estrés, dependencia y limitación de ciertos aprendizajes para algunas personas. 

Por ello, todo el trabajo que podamos hacer en torno a la identificación del estrés, el autoconocimiento y potenciar los factores antiestrés  en estos momentos será  muy valioso. 

Han aumentado las consultas de salud mental. Hay ya muchas somatizaciones a nivel físico, emocional, comportamental. Y algunas aún quedan por salir.  En personas adultas, en adolescentes y en niños/as. No es una casualidad. Tenemos un reto importante de ayudarnos a elaborar emocionalmente todo lo vivido. Dentro de la familia, con la red afectiva y también con personas especialistas de la salud mental cuando sea necesario. 



Hace tiempo, en algunas ocasiones, llegaba a mis oídos la frase  "Es que te ahogas en un vaso de agua" . Ese comentario me enfadaba mucho porque no es lo que necesitaba escuchar o recibir en ese momento y, además, no me parecía justo. Ya no lo escucho tanto y aun escuchándolo, me siento con otras herramientas para procesarlo de otra forma. Por ejemplo: 

  • Sé que hay cosas mías que realmente me llevan a "ahogarme" y, desde ahí, yo puedo poner en marcha iniciativas para reducir el estrés. 
  • Puedo contestar con cierta asertividad: "Es como me siento. Me gustaría escuchar algunas preguntas o frases que me ayudaran a sentirme reconocida en esto que me pasa y algunas ofertas para ayudarme a sentir de otra forma. Para sentirme mejor, me gustaría que ..." 

Y en ello andamos... 



Begoña Ruiz Ibáñez Psicóloga y Educadora Social. Formada en Inteligencia Emocional VEC, ISBCS, Psicomotricidad Relacional. 

 

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